Algunos maestros extrañamos a nuestros alumnos.
Estar con ellos 5 días de la semana, durante alrededor de 10 meses, para después dejarlos ir y "cambiarlos" por nuevas caras, nuevos nombres, nuevos niños, nuevos momentos, no es fácil para el corazón que siente, y que se ha dejado tocar y encender por la "chispa" que lleva cada niño consigo.
Siento nostalgia (algo de alegría y tristeza al mismo tiempo), pienso que para algunos de nosotros es natural sentirlo en estas instancias, pero pocas veces nos detenemos a reconocer este sentimiento y menos a descifrarlo.
Este fue mi primer grupo de alumnos, sí, ¡fue mío!. Con éste inauguré lo que será una larga trayectoria de bienvenidas, estadías y despedidas. Los conocí y los dejé conocerme, sus alegrías fueron las mías, sus necesidades fueron mis motivaciones y sus realidades más duras me hicieron entristecerme tantas veces en secreto (ellos no entienden aún lo privilegiados o desafortunados que son). Aprendí con ellos más de lo que aprendí en la escuela normal, e incluso durante el resto de mi corta vida. Siendo tan solo unos niños, me dieron cátedra de humanismo, pedagogía y hasta didáctica (los niños siempre expresan de alguna manera lo que necesitan de uno como maestro, y no hay mejor teoría, estrategia, ni mejor programa de estudios que ese). Aprendimos juntos y espero haber dejado huella en ellos, tal como ellos la han dejado en mí, tras su paso.
Pero, ¡¿Por qué tanto drama, si ya sé que volveré a verlos en los recreos?! Al menos mientras yo continúe en esa escuela (nota: aunque algunos alumnos se fueron durante el año y otros no volverán después de estas vacaciones, pero bueno, así de acelerado es este ciclo de encariñamiento y desprendimiento, ahora entiendo en primera persona por qué se le llama "ciclo escolar").
También sé que irán a visitarme y saludarme de vez en cuando, sobretodo los primeros días, en los cuales yo también procuraré estar presente aunque sea de lejos, para admirar cómo continúan su curso, cómo hacen nuevos amigos, cómo se adaptan al cambio, cómo crecen, maduran y aprenden de otras personas y de otras formas, cómo continúan formando su personalidad e ideando sus sueños.
Una parte de mí desea profundamente verlos crecer de la noche a la mañana, poder verlos como hombres y mujeres realizados, personas de bien, con ideales justos. Esa parte de mí, desea saber qué pasará en la continuación de la película que cada uno de ellos protagoniza, y de la cual sólo he visto las primeras escenas y leído la sinopsis, sabiendo que es incierto el rumbo de su historia.
Muy al contrario, otra parte de mí desea que no crezcan, que vivan lo mejor posible su niñez y puedan recordarla después como la etapa más bella de sus vidas, y que a pesar de todo lo bueno que les falta y todo lo malo que les sobra, sea su mirada, corazón y mente de niños, la que revista de colores, de risas y de juego, todo cuanto les rodea.
Y cuando pase el tiempo, desearé volver a ese mismo lugar donde algún día hicimos historia, para andar por la colonia, para caminar por la escuela, para saludar a aquellos que aún permanezcan cerca, para recordarles momentos que quizás ya no recuerden y dejarlos recordarme otros tantos que seguramente yo ya habré olvidado. Desearé volver y espero hacerlo, para crear juntos nuevos recuerdos, conocer a sus familias, sus éxitos, sus nuevas dificultades, pero también sus nuevos anhelos.
En pocas palabras, yo también los extrañaré, y lo supe hasta este día, en el que han dejado de ser mis alumnos y he dejado de ser su maestra.
Extrañaré los días compartidos y guardaré estos recuerdos personalizados junto con lo más preciado que poseo.
Atentamente: su maestra de segundo grado.
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